A lo largo de la historia, invertir ha adoptado diversas formas desde los albores de la civilización. Desde intercambiar productos y guardar cosechas hasta emplear terrenos y metales valiosos, la gente siempre ha buscado maneras de hacer crecer lo que tiene. Pero, ¿qué ocurriría si un habitante de Roma del siglo I pudiera echar un vistazo a cómo manejamos el dinero hoy en día? ¿Qué llegaría a comprender? ¿Qué le parecería una locura o algo sacado de un cuento de hadas? ¿Y cómo reaccionaría al ver que actualmente arriesgamos nuestro dinero en algo tan etéreo como un «fondo indexado mundial»?

Este texto plantea un juego de imaginación: contrastar cómo se invertía en la época del Imperio Romano con cómo lo hacemos ahora. Más allá de lo entretenido que resulta, esto nos ayuda a darnos cuenta de cuánto han evolucionado —y, en ocasiones, cuánto se asemejan— nuestras razones y los medios que utilizamos a lo largo de los siglos.

El portafolio de un romano adinerado

Un romano pudiente, digamos un senador o un negociante próspero, tenía la opción de repartir su capital en bienes tangibles diversos. A continuación, se presenta una tabla que compara las alternativas de inversión más populares en Roma con sus contrapartes actuales:

Inversión RomanaEquivalente ActualCaracterísticas Principales
Tierras agrícolasBienes raíces / InmueblesGeneraban rentas, seguridad y estatus social
Metales preciososOro físico / CommoditiesProtección frente a la inflación y símbolo de riqueza
EsclavosCapital humano / TrabajoProductividad directa, aunque desde una lógica hoy inaceptable
Barcos y comercioAcciones de empresas logísticasAlta rentabilidad, riesgo de naufragio o piratería
Alianzas políticasLobbying / Capital relacionalInterés indirecto, facilitaba negocios y exenciones

La diferencia fundamental es que casi todo era tangible. Para un romano, el valor debía poder tocarse, pesarse o al menos generarse directamente desde la tierra o el esfuerzo físico. La idea de “rendimiento compuesto” como ganancia reinvertida era comprensible, pero sin fórmulas matemáticas sofisticadas ni visualizaciones de crecimiento exponencial.

¿Entendería un romano el interés compuesto?

Pues fíjate, sí que lo hacían. Aunque no le ponían esa etiqueta. Los romanos ya intuían lo bueno que era ir sumando beneficios con el paso del tiempo. Eso de prestar dinero cobrando un interés ya existía entonces, y algunas familias adineradas vivían de las rentas que sacaban de esos préstamos, algo parecido a lo que hoy serían nuestros bonos de empresa.

Pero claro, lo que no pillarían sería esa manera tan abstracta que tenemos ahora de hacer cálculos a 20 o 30 años vista. Eso de pensar que una inversión inicial de 1.000 monedas puede crecer muchísimo si lo reinviertes todo y lo dejas ahí quieto durante décadas, seguramente les sonaría a cuento chino. ¿Para qué esperar 30 años pudiendo comprarse una casa con jardín hoy mismo?

Pero ojo, que esa mentalidad de «rico de cuna» no era tan distinta a la del inversor tranquilo de hoy en día. Los dos sabían que para hacerse rico de verdad y que dure, no vale ni la suerte ni comprarse caprichos sin pensar, sino mantener el dinero en cosas que den beneficios y sean seguras.

¿Qué pensaría de los fondos indexados?

Aquí es donde nuestro romano, con toda seguridad, se quedaría perplejo. Un fondo indexado viene a ser un portafolio automatizado con una pizca de acciones de cientos de compañías, con una gestión casi inexistente y unas comisiones muy bajas, pensado para imitar la marcha de todo un mercado.

Para un tipo hecho a manejar sus bienes directamente, a tomar las riendas de su negocio y a tratar con gente de confianza, la idea de soltar la pasta en un tinglado automático sin promesas de ganancias rápidas sería, por decir algo, difícil de tragar. ¿Por qué fiarse de un «promedio del mercado»? ¿Dónde está el terruño? ¿Quién afloja la mosca?

Ahora bien, un romano con sentido común podría verle el qué si se lo contáramos como una forma actual de «tener un pellizquito en muchas empresas que dan beneficios», como si tuviera una parrita en cada rincón del Imperio. La idea de diversificar —o sea, no jugarse todos los sestercios a una carta— ya se conocía en la Roma de los mercaderes.

Las criptomonedas

En ese caso, no habría ni que pensarlo mucho: las criptomonedas les sonarían a pura fantasía, o hasta a artes oscuras. Un bien que no se puede tocar, que no viene del gobierno, sin nada sólido que lo apoye, con subidas y bajadas bruscas y que se consigue con aparatos misteriosos. . . todo eso pondría en guardia a cualquier romano. Para ellos, con su forma de pensar tan centrada en las leyes y en el ejército, el dinero era una señal de control y del poder del emperador.

Pero hay un detalle que cambia un poco las cosas. En los puertos importantes del Imperio, ya usaban formas de crédito y acuerdos de pago sin necesidad de monedas reales. Entonces, si se lo explicamos con calma, quizás entendería que «tener algo valioso que los demás aceptan sin verlo» no es algo tan raro para ellos. Lo que sí le costaría aceptar sería que su valor cambie tanto sin estar apoyado en propiedades o impuestos.


Lecciones que aún sirven

Comparar nuestras inversiones con las de la Antigua Roma no es solo una anécdota simpática. De hecho, revela muchas verdades duraderas sobre el dinero:

  • El ahorro y la inversión siempre han buscado proteger el futuro frente a la incertidumbre.
  • La diversificación ha sido clave en cualquier época para mitigar riesgos.
  • El control y el conocimiento de los activos ha dado tranquilidad a los inversores de todas las eras.
  • La paciencia, tanto en la agricultura como en el comercio o las finanzas modernas, ha demostrado ser más rentable que la búsqueda de beneficios inmediatos.

Un romano que viviera hoy probablemente no entendería una app de inversión, pero sí valoraría la constancia, la propiedad gradual y la lógica de mantener activos que trabajen mientras él no lo hace. Le costaría soltar las riendas de su dinero a una gestora, pero si le explicáramos que un fondo indexado global es como tener una pequeña parte de todas las ciudades comerciales del mundo, quizás asintiera lentamente, reconociendo la estrategia bajo una nueva capa de tecnología.

Conclusión

Abordar las inversiones como lo haría un antiguo romano no es meramente un ejercicio de historia imaginativa; más bien, nos recuerda que las bases del manejo del dinero aún se sostienen tras milenios. La presentación varía —de cultivar el trigo a invertir en tecnología— pero el principio central persiste: obtener beneficios sensatos, asumiendo riesgos medidos, con visión a largo plazo y un enfoque realista.

Quién podría decir, tal vez en dos milenios alguien redacte un ensayo titulado “¿Qué haría un millennial con tus inversiones cuánticas? ”. Hasta que llegue ese momento, aspiremos a que nuestras tácticas sean tan duraderas como una vía romana.

por Pablo

2 comentario en “¿Qué haría un romano con tus inversiones?”
  1. Un romano necesitaba ver su inversión, tocarla. Nosotros… ¿invertimos en gráficos, porcentajes y loguitos? Qué locura moderna

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